Cuando Manitú acabó de crear el mundo, pensó que hacía falta crear una síntesis de todo ello. Y así creó al índalo, el hombre primigenio. El índalo era capaz de comunicarse directamente con todo lo creado: animal, vegetal o mineral.
Debido a esta capacidad, el índalo se fue ensoberbiciendo. Hasta tal punto que llegó a enfrentarse a Manitú, exigiendo parte de la Creación. El dios llegó a plantearse la destrucción del índalo. Sin embargo, ya que lo había creado, acabó decidiendo dividirlo en dos partes: la que tenía como animal natural y la que tenía como animal soberbio.
De esta forma apareció el lobo y el hombre.
Con el tiempo, una parte de los hombres reconoció su soberbia. Pidieron perdón a Manitú e intentaron vivir en el orden primigenio. Se llamaron a sí mismos el pueblo Índalo y mantenían el mejor equilibrio con la naturaleza que les permitían sus poderes perdidos.
Adquirieron gran respeto por parte del resto de las tribus que, con frecuencia, les consultaban en los más diversos temas.
Cuando el hombre blanco llegó a Norteamérica y comenzó a exterminar a los pueblos indígenas, los Índalos siguieron fieles a sus principios de no violencia. Cuando la masacre llegó hasta tal punto de que el último Índalo estaba a punto de expirar, Manitú se apiadó de él y le permitió unirse a su mitad-lobo.
Aún hoy día, en la frontera occidental de Estados Unidos con Canadá, la leyenda de un lobo blanco que es capaz de comunicarse con el resto de la naturaleza se sigue manteniendo.