En un reino más allá de los confines de la lógica y la razón, se erguía un majestuoso dragón de escamas plateadas y ojos centelleantes. Pero no era un dragón común y corriente; era Eureka, el dragón patafísico.
En lugar de lanzar fuego, exhalaba burbujas de pensamientos absurdo que danzaban en el aire como destellos de locura creativa. Su guarida, en lo alto de una montaña, no estaba repleta de tesoros de oro y joyas, sino de libros de filosofía y arte. En lugar de acumular riquezas mundanas, coleccionaba acertijos sin resolver y paradojas.
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