La Cueva de los Ratelfos

La cueva de los ratelfos tiene que ser secreta.

Este cuento viene de AQUÍ.

Después de echar un vistazo general a la cuerva de los ratelfos, Garrampas se dio cuenta de numerosos adornos que se parecían a su colgante.

– Efectivamente, Garrampas, son orgonitas -le aclaró Éldelbit, el informático-.

Las orgonitas tenían una doble función en la cueva. Por una parte, impedían que entrasen las radiaciones exteriores; y por otra, que saliesen las radiaciones interiores.

Nuestra cueva tiene que ser secreta.

Entonces, dijo Garrampas, ¿qué le voy a contar a mis amigas?

– No puedes contar nada de lo que veas -gritaron a coro-, nuestra seguridad depende de ello.

– Pero te podemos dejar este vídeo que seguro que compartirás a gusto con tus amigas -sugirió Éldelpan, el cocinero-.

– ¡Oh sí! -exclamó Garrampas-. Ratonet, ya puedes buscar tus herramientas de bricolaje porque, cuando volvamos a casa, vas a tener trabajo.

Por otra parte, la cueva de los ratelfos no tenía mucho que contar, aparte de las orgonitas. Todo era tan minimalista que parecía micromalista. Se había eliminado todo lo superfluo y estaba pensada para la máxima organización. No estaba a la vista nada que no se estuviera utilizando en ese momento.

Se adivinaban unas puertas. Pero como no se estaban utilizando sus habitaciones, permanecían cerradas.

– ¿Unas tazas de té? -comentó Éldelpan para seguir la conversación-.

Imagen vía Pinterest

Tecleó un código en un aparato situado en la pared y en el centro de la cueva aparecieron unas sillas y una mesa con un servicio de té completo y una tetera a punto de hervir. A su lado, un conjunto de tarros con variados tés y algunas hierbas.

A Garrampas, aquel detalle del té le parecía mucho más acogedor y, poco a poco, desapareció su recelo por mantener secreta la cueva de los ratelfos. Al fin y al cabo -pensó-, cada cual en su casa hace lo que considera más oportuno.

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