En el lago, hay agua de plata.
Este cuento viene de aquí.
IiIiIi (llamaré así a la sirena de este cuento; aunque su nombre es inaudible para el común de los seres mortales e imaginados) soñaba y soñaba continuamente con ir a vivir a un bosque y languidecía tristemente en la orilla de la playa por ello.
Una buena noche, Qamar pasó por la playa de la sirena y le preguntó por qué estaba tan triste.
– Me gustaría ir a vivir a un bosque, pero no sé cómo hacerlo.
– ¿Y qué has hecho hasta ahora? -le volvió a preguntar la lunita-.
– Sueño mucho con ello.
Entonces, la pequeña luna le comentó que hay una muy sutil diferencia entre soñar e imaginar. El sueño suele irse con la luz del día; sin embargo, la imaginación depende de cada cual y puede permanecer de forma indefinida hasta convertirse en realidad… o lo más parecido a la realidad.
– ¿Tú podrías enseñarme a imaginar? -le preguntó esta vez la sirena-.
– Claro.
– ¿Y podría ser ahora mismo?
– Bueno.
Lo primero que tienes que hacer es concretar todos los detalles de lo que es para ti un bosque.
Esos detalles te pueden llevar mucho tiempo, así que tómate la imaginación con calma y recréate en las emociones que te vayan produciendo; así lo recordarás más fácilmente de una vez para otra.
La sirena imaginó, imaginó, imaginó… hasta el último detalle de su bosque ideal. Lo primero es que tenía que tener un lago en su interior con muchas grutas subacuáticas.
Y en una de ellas, tenía que haber agua de plata con un poder especial para pócimas y conjuros.

Y uno de esos conjuros serviría para viajar de un lugar a otro por arte de magia.
– ¿Cuál podría ser ese conjuro? -se interesó Qamar-.
Y en cuanto IiIiIi lo pronunció, apareció en la gruta de agua de plata del Bosque Imaginado. Qamar había derramado poco antes unas cuantas gotas de ese agua sobre la sirena sin que ella se diera cuenta.